sábado, 23 de octubre de 2010

El esperado, disfrutado, repudiado primer beso




Corría, a mediados del año 1998, una plausible brisa de optimismo en las calles peruanas: Cuando comprabas algo te decían gracias y si hablabas de fútbol peruano no te cambiaban de tema; los días anestesiados de esperanza fluían como un monocromático rollo fotográfico pues la expectativa de la pronta llegada del nuevo milenio avivaba las brasas de la fé en el progreso y la felicidad. Al ver los rostros de las personas me daba cuenta que todos las miradas exhibían ese brillo característico que tienen los ojos de los fumones y que todos los labios se torcían hipócrita y caprichosamente en fracasados amagos de sonrisa. Para entonces, yo tenía ocho años.

En ese contexto mi vida era feliz, habitaba una casa grande para corretear por donde yo quisiera y tenía tres bravos, lindos y vigorosos perros que, según lo que mis papás me decían, habían sido obtenidos (uno comprado, otro adoptado y el último encontrado) para que jueguen conmigo y los saque a pasear . Y aunque alguna vez me pareció oír en esas latosas conversaciones de adultos que en realidad los perros eran para que cuiden la casa a mí en realidad no me importaba demasiado siempre y cuando, claro está, pudiera ver televisión, corretear por el patio, comer torta y conversar con Arturo en mis dosis diarias.

Arturo era mi mentor y mi mejor amigo. Gracias a él conocí de cerca el camino de la ludopatía al jugar Diablo II con furiosa obstinación y me desvivía en errores intencionados solamente para escuchar esos consejos suyos que me dejaban con la boca abierta. Gracias a Arturo; que me lleva doce años y al que no veo desde hace siete, que fue probablemente la persona más carismática que haya conocido y el que me recomendó alguna vez y muy seriamente que no pierda mi tiempo en internet, es que hoy me palteo inevitablemente cuando me preguntan cuando fue que besé a alguien por primera vez. Porque  Arturo tenía una sobrina gringuita y flaquita, de ojos claros y cabello lacio.




viernes, 15 de octubre de 2010

Mi amorío con la tecnología



Me pregunto cuando fue que mi vida pasó a depender, y lo digo muy a mi pesar, porque es un poco estresante, de los contundentes avances tecnológicos: No podría precisar desde cuándo es que se me hace apremiante esta necesidad de revisar mi cuenta en facebook al menos un par de veces al día y comprar cosas inverosímiles por internet (como un violín acústico que nunca llegué a usar y que aún ahora adorna mi sala), de llevar mi música favorita conmigo a todos lados y revisar el campus virtual de la universidad durante clases para enterarme de qué hay para el almuerzo en la cafetería e ir escogiendo mientras el profesor habla rocas; trasnocharme viendo peliculas online que todavía no se estrenan y reírme como un retardadito mental con sacadas de mierda de mexicanos youtuberos. Y es que, claro, estas actividades son perfectamente rutinarias y normales para mí y para tí,  pero mi mamá casi me carga de las orejas cuando le dije, una tarde, comenzando secundaria, que no iba a ir a la casa de mi amigo para hacer el trabajo escolar de Historia que debíamos presentar al día siguiente: Simplemente no le parecía demasiado creíble que dos personas alejadas físicamente pudieran armar una exposición de 20 minutos sin tener luego que pagar alguna carísima factura de teléfono. Que era una tontería; que de seguro yo no quería ir por ocioso; que últimamente me estaba juntando mucho con ese muchachito que se viste como pirañita, ese Paco; ya, que estaba castigado toda la semana.


Probablemente todo haya comenzado con mi afán futurista de querer construir robots con chapitas de Cocacola; era algo muy común para alguien al que le daba un ataque de epilepsia si no veía, al menos un par de veces a la semana, a los descomunales zords de los Power Rangers en la tele. Para mi todo lo que tenía cables era tecnología: mi minúsculo piano de tres octavas, la licuadora de mamá, los postes de luz, la camaleónica y gigantesca computadora que teníamos en la sala y sobre todo mi PS1, lo más futurista que yo podía imaginar. Siento escalofríos al pensar que hoy en día son, en algunos casos, aparatos un poco anticuados o completamente camuflados en su cotidianidad.

Y entonces llegó, no sé cómo, ni siquiera recuerdo bien la portada; pero un buen día una huachafa y mal escrita revista llamada: “Construya su página web” arrivó a mi vida; era un práctico manual del lenguaje HTML que hoy pocos conocen bien ya que la bendita Web 2.0 simplificó todo; pero, para que se hagan una idea, me enseñó a escribir en ese código “embed” que Youtube les hace copiar y pegar para poder colgar algún video. Si con esto aún no sabes a que me refiero (porque ahora Facebook permite compartir videos sin la necesidad de hacer tantos malabares), no te desesperes y considérate afortunado. Porque crear páginas web solamente con Bloc de Notas no es precisamente algo divertido; créanme, hasta leer spam es más excitante.










miércoles, 6 de octubre de 2010

La tortura electoral, como Lourdes y Susana me sacaron de quicio.



Son pocas, poquísimas las veces que recuerdo haber sido expectador de una sangrienta contienda electoral en su clímax; y, sinceramente, desearía haber tenido un poco más de práctica en esto; no sé, lo que sea, escuchar al chino decir q se metan algo al poto o ver en un pésimo video algúna mentada de madre de Toledo mientras Alan hablaba.

Esta rivalidad municipal rancia y avinagrada está matándome por dentro, en estas semanas lo único que hicieron los diarios Correo y Perú 21 fue maximizar la puteada de Susana Villarán en el debate; y lo único del diario La Primera y Bayly fue mencionar y relacionar a Cataño y Lourdes

Luego veo a un señor de 75 años que reclama y recuerda que él también está jugando y, hablando de juegos y juguetes, Lima entera observa a un híbrido entre  Bionicle y Transformers exponer su sapientísimo plan de gobierno mientras se convierte en un pintoresco helicóptero y se roba algunos aplausos y sonrisas. No sé si de rabia, y no sé si da risa.










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