Me pregunto cuando fue que mi vida pasó a depender, y lo digo muy a mi pesar, porque es un poco estresante, de los contundentes avances tecnológicos: No podría precisar desde cuándo es que se me hace apremiante esta necesidad de revisar mi cuenta en facebook al menos un par de veces al día y comprar cosas inverosímiles por internet (como un violín acústico que nunca llegué a usar y que aún ahora adorna mi sala), de llevar mi música favorita conmigo a todos lados y revisar el campus virtual de la universidad durante clases para enterarme de qué hay para el almuerzo en la cafetería e ir escogiendo mientras el profesor habla rocas; trasnocharme viendo peliculas online que todavía no se estrenan y reírme como un retardadito mental con sacadas de mierda de mexicanos youtuberos. Y es que, claro, estas actividades son perfectamente rutinarias y normales para mí y para tí, pero mi mamá casi me carga de las orejas cuando le dije, una tarde, comenzando secundaria, que no iba a ir a la casa de mi amigo para hacer el trabajo escolar de Historia que debíamos presentar al día siguiente: Simplemente no le parecía demasiado creíble que dos personas alejadas físicamente pudieran armar una exposición de 20 minutos sin tener luego que pagar alguna carísima factura de teléfono. Que era una tontería; que de seguro yo no quería ir por ocioso; que últimamente me estaba juntando mucho con ese muchachito que se viste como pirañita, ese Paco; ya, que estaba castigado toda la semana.
Probablemente todo haya comenzado con mi afán futurista de querer construir robots con chapitas de Cocacola; era algo muy común para alguien al que le daba un ataque de epilepsia si no veía, al menos un par de veces a la semana, a los descomunales zords de los Power Rangers en la tele. Para mi todo lo que tenía cables era tecnología: mi minúsculo piano de tres octavas, la licuadora de mamá, los postes de luz, la camaleónica y gigantesca computadora que teníamos en la sala y sobre todo mi PS1, lo más futurista que yo podía imaginar. Siento escalofríos al pensar que hoy en día son, en algunos casos, aparatos un poco anticuados o completamente camuflados en su cotidianidad.
Y entonces llegó, no sé cómo, ni siquiera recuerdo bien la portada; pero un buen día una huachafa y mal escrita revista llamada: “Construya su página web” arrivó a mi vida; era un práctico manual del lenguaje HTML que hoy pocos conocen bien ya que la bendita Web 2.0 simplificó todo; pero, para que se hagan una idea, me enseñó a escribir en ese código “embed” que Youtube les hace copiar y pegar para poder colgar algún video. Si con esto aún no sabes a que me refiero (porque ahora Facebook permite compartir videos sin la necesidad de hacer tantos malabares), no te desesperes y considérate afortunado. Porque crear páginas web solamente con Bloc de Notas no es precisamente algo divertido; créanme, hasta leer spam es más excitante.
Cuando terminé de entender a medias lo básico del HTML aprendí a usar Dreamweaber y, finalmente, logré crear algo decente. Era entonces cuando me encontraba en la cúspide de mi saber informático y no podía evitar lucirme en clases: “Profe, ya terminé, ¿qué, nada más? Profe, ese ejercicio fue un insulto a mi intelecto”, “¿No te sale, chato?”, “Ya sé qué esta mal, si me invitas tu recreo te digo”, “oe no, chato, piénsalo bien, está poniendo nota”, “Ya, ya, solo el yogurt y la mitad del keke”, “apúrate que ya viene”, “no seas miserable, chato, ¿qué te cuesta la mitad de tu keke?”, ”…”, “ojalá que jales, mierda”.
Lamentablemente, mis ínfulas de desarrollador web se fueron al suelo cuando mi papá empezó a explotar mi inmaduras habilidades pidiéndome que le haga un par de páginas web para su negocio. La calidad de mis trabajos era aceptable y de haberlas hecho para otras personas hubiera podido ganar alguna plata, que obviamente luego usaría para invitarle un cuarto de pollo a Lisa, mi musa de turno. Este modelo de trabajo no remunerado provocó un malestar generalizado en mis ánimos de seguir limpiando códigos fuentes y terminó con mi interés por la informática y el desarrollo web.
A partir de entonces empecé a jugar básquet y a beber agua pura. A correr por las mañanas y bailar por las noches. Fue recién ahí cuando me aventuré a salir con alguna chica y acabar con las vacaciones que mis hormonas habían estado disfrutando. Todo esto contrastaba totalmente con mis hábitos trogloditas de comer torta y beber gaseosa todo el día frente al monitor y de pedirle a la señora que cocinaba, Carmen, desde mi asiento y casi a gritos, un vaso grande de yogurt con Chocapic. Sí, admito que para mí, ser el monstruo en computación implicaba ser un versión miniatura de Homero Simpson.
Hoy no queda mucho de esa bolita sonriente que antaño era: He crecido y mi estómago ya no me tapa la vista de mis pies cuando orino. Mentiría si digo que estoy irreconocible en comparación a como era antes, pues soy cachetón indefectiblemente y mis ojos siguen arqueándose de la misma manera a como lo hacían cuando algún chiste me arrancaba una carcajada. Sin embargo, hay cierto temor en mí, cierta proclividad a creer que estar todo el tiempo con gadgets y redes sociales me convertirá en una papa andante y me idiotizará a tal punto de suplir mi vida real por una que dependa de mi laptop. Personalmente, tengo miedo de que eso suceda.
Hace un par de ciclos, en mi examen parcial de Lengua I, me pidieron un artículo acerca de los nativos digitales y de la era de la información: Me explayé describiendo las características del internauta de hoy y enumerando las alternativas de eficiencia que brinda la social media. Me recreé graficando el impacto de Twitter en el periodismo mundial y detallando el liderazgo económico de las nuevas empresas de tecnología en Wall Street. Me divertí describiendo un par de horas comunes y corrientes frente a mi laptop mientras le daba el matiz de polifuncionalidad que tanto envidian los de generaciones pasadas. En verdad, me fui en floro.
Sí, pues, soy un nativo digital. Tengo facebook y tengo Twitter, cuenta en Google y en Hotmail, Foursquare y Last.fm, Flickr, Ning, Skype y muchas otras plataformas más. Tuve un orgasmo cuando toqué la pantalla de mi Ipod Touch por primera vez y casi una embolia cerebral cuando me di cuenta de que me lo habían robado. Porque puedo decirle lo que me venga en gana a Bruno Pinasco, Carlos Palma o Gachi y socializar con las modelos, vedettes y famosas que quiera, conocer gente con mis intereses y ver series gringas en Megavideo y cagarme en los comerciales.
Amo la era de la información, pero me encantaría guardar mi SE Xperia X10 mini Pro por una semana e irme de campamento; solo, o con mi enamorada o con mejor mejor amigo; da igual. Y encender una fogata con mis propias manos y olvidarme de tantos tweets, tantas fotos y tantas notificaciones por leer.
Porque puedo supuestamente hacer lo que quiera con la tecnología, pero haga lo que haga siempre termino sintiéndome un poco asfixiado.
Extra No 2: Lamento la demora, ya saben, problemas técnicos.(xD) Este fin de semana si saldrá puntual. lml
Extra No 3: Talvés lo hayan sospechado, pero exageré un poco con el supuesto contenido de mi examen parcial. Eso sí, solo un poco, porque saqué 16. U.u


